"Me
considero hoy con mis 86 años una militante cristiana, procurando ser testigo
de Cristo en todos los momentos de mi vida. La trayectoria para llegar a este
encuentro con Cristo y su Iglesia ha sido:
Nací
en un pueblecito de la provincia de Toledo. Fuimos 12 hermanos. Mis padres eran
pequeños terratenientes. Como todos los demás vecinos, no tenían grandes
inquietudes por nuestra formación. Bautizados, sí, pero sin la menor idea de
este maravilloso sacramento. Hice mi primera comunión con las mismas
características que el bautismo. Con 15 años me vine a Madrid. No tenía ni la menor
idea de lo que suponía ser cristiano. Donde trabajaba me mandaban todos los
domingos a misa y yo aprovechaba para, en compañía de otras amigas, pasear por
el retiro (¡cuánta inocencia !).
Ya
adulta, sin ser una gran pecadora, tampoco era una santa (todas las personas
por incultas que seamos, sabemos lo que está bien y lo que está mal, y esto sí
que me lo inculcaron mis queridos padres, que Dios tenga en el Cielo), me casé
a los 28 años. También sin la menor idea del sacramento que recibíamos. Mi
marido (que tengo la seguridad que me espera en el Cielo -para mí no tengo esa
seguridad-) era un hombre bueno, honrado y trabajador. Tuvimos tres hijos de
los que hoy me siento orgullosa.
A
partir de entonces yo sentía deseos de aprender todo lo que fuera útil para mi
hogar, mis hijos y mi marido, así que me apuntaba en la parroquia a los cursos
que ofrecían. Aprendí cosas como primeros auxilios, vendajes, inyecciones... También
nos daban charlas de distintas cosas, y así, como si fuera de poca importancia,
nos daban temas de religión. Esto a mí me hizo profundizar en el tema. Me
molestaba que nos hicieran rifas. A las que no faltaban y eran puntuales, les
daban una toalla o una sábana. Por supuesto, yo no cogí nunca nada.
Pero
mi encuentro de verdad con Cristo fue en un cursillo de esta Hermandad que nos dieron
Don Tomás Malagón y Guillermo Rovirosa. Los dos están gozando ya del Padre. Aquello
fue para mí como un coger un calcetín y darlo la vuelta: cambió mi vida
totalmente. Todas las personas que me rodeaban se dieron cuenta. Mis hijos no;
eran demasiado pequeños, aunque estoy convencida que fueron, juntamente con mi
marido, los más beneficiados.
Empecé
a sentir orgullo de pertenecer a la clase obrera y a ser la esposa de un
obrero. Ya todo lo que hacía tenía otro sentido. ¡Qué grandioso era ver a
Cristo en el otro, sobre todo en los más necesitados! Vivir la pobreza, la
austeridad con alegría; saber compartir hasta lo que necesitas para vivir;
saber que nada es tuyo sino de aquel que lo recibe: Cristo mismo. Amar y defender
todo lo que es justo; poner tu granito de arena para conseguir ese mundo nuevo,
más justo, más solidario; ser portadores de paz: de la paz que da el saberse
hijos de Dios. Que sólo nos produzca intranquilidad ver tanta injusticia, tanto
sálvese el que pueda, pasar como el fariseo ante el samaritano herido.
Siento
una gran pena por las personas que no tienen fe. Admiro y pido mucho por las monjas
y frailes de clausura que piden mucho por nosotros los pecadores. También por los
misioneros que tanto están ayudando espiritual y materialmente a nuestros
hermanos los más necesitados.
Por
esos pueblos ricos empobrecidos por el egoísmo y la insolidaridad pido a Dios,
y para que nos dé muchos militantes seglares que trabajen, como ya muchos lo
están haciendo, por la cultura y la promoción de los pueblos en organizaciones
de la Iglesia.
Yo me
digo militante cristiana. En realidad, y con mis 86 años, pido y pido a Dios
por todos, y en mi intento de hacer todo el bien que puedo, pienso que me
pedirá Dios cuentas de mis pecados de omisión."
Revista
Id y evangelizad Nº 66. Noviembre-diciembre 2009
0 Comentarios