Serie P. Nº 31 Jacques Freymond |
"LA PRIMERA INTERNACIONAL fue en sus comienzos un niño nacido en los talleres de París y puesto en manos de una nodriza en Londres". En efecto, en el 1863 asistieron en Londres a una asamblea en favor de Polonia, representantes del movimiento obrero de distintos países, entre los que se encontraban los franceses Tolain, Perrachon, Limoussin y otros. Todos ellos habían firmado el “ Manifiesto de los sesenta" en el que se afirmaba: “El sufragio universal nos hizo mayores de edad políticamente, pero nos hace falta todavía emanciparnos socialmente". En la citada asamblea proponen a los jefes tradeunionistas organizar una asociación internacional.
Reunidos un año más tarde, 28 de septiembre de 1864 , en Saint-Martin's Hall, los presentes adoptan las grandes líneas del proyecto que Tolain desarrolló en su propuesta anterior. Este proyecto sirvió de base a la organización de la Internacional obrera. Karl Marx asistió a la Asamblea, pero permaneció callado. Se le pidió un representante de los obreros alemanes y les indicó a Eccarius, a través del cual Marx presentó un proyecto, como contrapartida a Bakunin, sobre el problema de la herencia en Basilea.
Queda elegido el comité de organización en Londres, en el que es Marx quien realiza todo el trabajo. Es un incansable redactor. De su pluma sale el Manifiesto inaugural, una especie de revista de los hechos y gestas del pueblo desde mediados del siglo XIX. En él presenta sus tesis sobre las contradicciones del capitalismo, la riqueza creciente de unos pocos frente a la miseria también creciente de las masas y la necesidad de ir más allá de las reformes y soluciones de tipo cooperativistas para poder conseguir el poder político. El Manifiesto es una pieza clásica del socialismo, debido a la colaboración del ideólogo alemán y los obreros parisienses.
La Internacional celebra su primer congreso en Ginebra el 1868. Las cuestiones tratadas fueron las siguientes: organización de los esfuerzos comunes, por medio de la Internacional, en las luchas entabladas entre capital y trabajo; reducción de las horas de trabajo y condena del de las mujeres y niños: las sociedades obreras y su porvenir; los ejércitos permanentes y su relación con la producción; influencia de las ideas religiosas, etc. Interesante fue la propuesta, que fue rechazada sobre la no admisión como delegados a quienes no fueran obreros manuales.
El segundo congreso se celebra, el 1867, en Lausana. En él se adopta una resolución importante sobre la organización de la escuela-taller y la enseñanza científica, profesional y productiva. Sobre el papel del Estado, se resuelve que él debe ser el propietario de los medios de transporte y circulación, evitando así el monopolio de las grandes compañías.
El tercer congreso de la internacional se celebra en Bruselas, el 1868. En él se toma la resolución de interrumpir toda clase de trabajo en el caso de que estallara la guerra, que siempre será entre hermanos, entre pueblo y pueblo, trabajadores y trabajadores. En cuanto a las huelgas y sociedades de resistencia, los obreros tendrán que superarlas, ya que la huelga perpetua es la eternización del proletariado.
A partir de este congreso de Bruselas, seguirá la internacional una marcha ascendente, para caer bruscamente en 1870. La guerra franco-prusiana romperá esta línea. Pero sin duda lo que ocasionó años más tarde la caída y desarraigo de la Primera Internacional, fueron los desgarros internos que el lector podrá comprobar en los congresos que se contienen en el tomo II de esta obra.
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