Josefina Aguilar nació en Coruña del Conde (Burgos) el 1 de abril de 1926. Nació en la Castilla pobre de los años veinte y vivió las estrecheces de aquella época. Tuvo un hijo al que tuvo que sacar adelante sola. El fariseísmo moral la hizo emigrar a Madrid de donde esperaba volver para humillar a quienes la habían humillado antes. Pero Cristo, el Humilde, le salió al paso mediante el apostolado obrero y la humildad de Guillermo Rovirosa. La gran ciudad fue su camino de Damasco y la lucha obrera su tarea.
Y lo que podía ser resentimiento se convirtió en energía frente al franquismo y la versión falsa-burguesa del cristianismo.
Amó a la Iglesia entrañablemente y en ella se dejó abrazar por la Gracia. Trabajó con entusiasmo en la editorial ZYX en las tareas de difusión cultura. Muchas veces puso el puesto de libros sin más compañía que la que da la comunión de los santos. Sin quejarse ni vanagloriarse. Tenida por iletrada leía todos los libros que pasaban por sus manos. También supo sortear la persecución de las fuerzas del des-Orden (franquismo).
Continuó su aportación a la educación militante de jóvenes, a través sobre todo del Aula Malagón-Rovirosa. Decidió ir envejeciendo sin jubilarse de las tareas apostólicas e iba entregando sus energías en Ediciones Voz de los sin Voz. Era militante del sacrificio.
Sin dejar sus tareas en las ediciones, sus últimas energías se gastaron en la Casa Emaús, patrimonio de los empobrecidos. Allí convirtió en ofrenda su altísima capacidad profesional de modista, que había tenido que abandonar por decisión médica. Y no lo hizo a ratos libres sino en jornadas de más de ocho horas. Amaba a la organización profundamente.
De la misma manera que Rovirosa decía “Soy Judas”, ella decía “No tengo fe”, pero a continuación añadía que el Señor no se lo tendría en cuenta. Es el lenguaje humilde y de quien confía en la misericordia del Señor. Sus palabras y su vida fueron un combate contra la buena conciencia (que el cardenal Newman denominaba la obra maestra del diablo). Entregó su vida hasta el final. Murió rodeada de su familia y amigos de lucha solidaria, el 23 de febrero de 2003.
Se enfrentó a una dura vida que su carácter fuerte y nada pusilánime supo afrontar. Carácter fuerte como el de todas aquellas mujeres que, en las penurias de la guerra y la postguerra, sacaron adelante a sus hijos con uñas y dientes, sin el apoyo físico, espiritual y económico de un marido.
Josefina es testimonio de permanencia para todos los que vivimos a su lado. Muchas veces sin entender, ella se mantenía en el camino sin abandonar. Cuando “los listos” abandonaron la militancia, ella permaneció.
Josefina fue testimonio vivo de que la fe en Cristo recrea al hombre cuando es en Cristo y en nadie ni nada más.
Militantes Obreros. Semblanzas, Lastra del Prado, Rodrigo. Madrid, Voz de los sin Voz, 2006
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