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Serie P. Nº 63 Ken Coates y Tony Topham |
La crisis actual del sindicalismo es algo más que un reflejo de las dificultades del cuerpo político en que está inserto. Los sindicatos se hallan movidos por las presiones sociales que actúan sobre ellos, pero al mismo tiempo reaccionan ante hechos que ellos no determinan y sobre los que carecen de control, acabando por fijarse unos objetivos propios. Las ideas y aspiraciones de los trabajadores sólo pueden adquirir pleno desarrollo, dentro o fuera del sindicato, cuando son capaces de crear organización, instrumentos efectivos para transformar sus condiciones. Y para ello necesitan «control». El llamado control obrero.
La palabra control está claramente delimitada de participación. El control obrero pone énfasis en que el propósito de la política y la estrategia debería ser el de establecer el control pro los trabajadores a las, hasta ahora, unilaterales decisiones de la parte que rige la industria, patronos y gerentes. El germen del control obrero existe siempre que obreros o sindicatos actúan para restringir a los patronos en el ejercicio de sus llamadas prerrogativas. El control obrero existe en toda situación conflictiva.
Pero el control obrero debe terminar en la autogestión, en el autogobierno. La demanda de autogestión es la demanda de un control humano, socialmente consciente, sobre el desarrollo tecnológico. Solamente una sociedad autogestionada puede aportar soluciones racionales a algunos de los acuciantes problemas de nuestro mundo: polución, desarrollo del medio ambiente, desempleo, pobreza, alienación laboral...
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