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Colección "Movimiento sacerdotal". Maestro de Ávila. Nº 8 Luis Hernández |
Vivimos en la Iglesia actualmente momentos de sincera revisión. Es preciso revisar también nuestros criterios y formas de vida respecto a la pobreza.
San Pablo nos recuerda en el capítulo IV de su Primera carta a los de Corinto que somos espectáculo del mundo. Y el mundo de hoy —en sus sectores cristiano y acristiano— que no admite sutilezas de tipo escolástico, se asombra ante una religión que alaba la pobreza, mientras un gran número de los que, por gracia predicamos ese evangelio de pobreza o la representamos oficialmente, somos ricos o lo parecemos ante su mirada sencilla.
Somos espectáculo y qué espectáculo:
- poseemos demasiado oro
- tenemos demasiado poder humano
- guardamos demasiados privilegios temporales
- exhibimos demasiados esplendores externos
nos apoyamos mucho en esas cuatro columnas: oro, poder, privilegio y esplendor, que en manera alguna pueden ser piedras angulares en la Iglesia del Pobre de Nazaret, pues, “el ser y la vida de la Iglesia —nos recordaba el Cardenal Lercaro— deben ir enmarcados por la pobreza, como lo fue la encarnación del Verbo, su nacimiento, su vida, su muerte”.